Ovejas blancas en grupos de tres desayunan cerca de la
carretera, en las amplias zonas de pasto
que se extienden a nuestro paso, entre los
glaciares Vatnajokul y Myrdalsjokul; un poco más adelante, tres ovejas blancas
descansan entre las amorosas flores de algodón ártico que se refugian en una
pequeña hondonada para que no las sople el viento. Rafa, el guía en prácticas,
se baja y escoge una flor para cada uno de los ocho del grupo, él incluido, y
las metemos entre las hojas de un libro, como nos sugiere Pablo, el guía
oficial, quien nos cuenta lo que aparece aquí y un montón de cosas más.
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ovejas entre flores de algodón ártico |
Viajamos rumbo sur en la parte final de nuestro trayecto
entre Landmanalaugar y el mar, en la jornada que inicia la segunda mitad de
nuestro viaje por el sur de Islandia. Atrás quedan los geisser, la
impresionante catarata de Gullfoss, los cráteres con sus tierras calcinadas
alrededor, los escenarios irreales de
Juego de Tronos y las montañas multicolores del Landmanalaugar, que desprenden
azufre por las fumarolas, entre el negro del basalto, los variados marrones de
la riolita, el verde de la olivina, y otros tonos que nos son desconocidos al
viajero común. La próxima semana, Cristina volverá para realizar el trekking de
Laugavegur, que pone nombre a la calle principal de Reikiavik, y que desde
Landmanalaugar la llevará en seis jornadas al mar, durmiendo de refugio en
refugio en tierra de nadie, entre montañas de lava, glaciares, lagos y
volcanes, paisajes reales que parecen de ficción.
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catarata de Gulfoss |
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geysir iniciando la salida |
Mientras avanzamos en la furgoneta rumbo sur por las tierras
altas, a través de la ventanilla siempre habrá tres ovejas: descansando junto a
un poste de luz que sujeta los cables por los que viaja la electricidad barata
de Islandia; pastando en las inmediaciones de una granja, entre fardos rosas,
negros o amarillos, rulos de plástico que contienen la hierba que será el
alimento de las ovejas en invierno; caminando por un bosque de abedules,
árboles que en Islandia no crecen más que un arbusto; comiendo la hierba que
crece entre lupinas nootkatensis, la leguminosa que llegó de Canadá y que en
verano invade con su violeta los campos de Islandia, para desaparecer por
completo unos meses más tarde hasta la primavera siguiente; o caminando por un
campo de lava, entre montañitas de basalto con forma de queso de tetilla, todo
él tapizado de musgo menos el pezón, que asoma desnudo.
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fumarolas |
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Montañas de riolita en Lnadmanalaugar |
Al llegar a las proximidades del mar, tres ovejas pastan en
el Skeidarsandur que se extiende entre el imponente Vatnajokul y las aguas del
océano. El impresionante Skeidarsandur, ha dejado su nombre de sandur a todos
los desiertos de morrenas en el mundo, pero esta curiosa formación geológica no
puede verse en otro lugar como en Islandia, porque la actividad sísmica hace
que el glaciar se derrita con rapidez depositando ingentes cantidades de
sedimento que van ganando terreno al mar a pasos agigantados. Y otras tres ovejas
descienden por lo que otrora fueron acantilados, hoy alejados del mar por el sandur y por
cuyas roquedas todavía sobrevuelan las
gaviotas quién sabe si buscando el mar en el olor húmedo de la piedra.
A la playa de Vik tres ovejas llegaron quizás despistadas a
pisar las piedras de basalto; en sus acantilados los simpáticos frailecillos
han construido los nidos y uno no se cansa de mirar los cientos de viajes de
ida y vuelta que realizan al mar para surtir de alimento a sus polluelos.
Tal vez la oveja que a la mañana siguiente se acerca curiosa
a nuestra ventana es una de las ovejas despistadas de Vik. La guesthouse está
tan sólo a unos cientos de metros de la playa y desde la litera de arriba, cuya
cabecera está intencionadamente orientada, se ven la marisma y los farallones del
mar. Pero no es posible que sea una sola oveja: efectivamente a unos veinte
metros están las otras dos.
Tres ovejas blancas, dos ovejas blancas y una negra, dos
ovejas negras y una blanca; y hasta tres ovejas negras; pero siempre ovejas de
tres en tres esparcidas por todo el paisaje de Islandia: en el sandur, en los
campos de lava, en los pastos, en la marisma, en la playa, al pie del glaciar,
en el cráter de un volcán, en las laderas de los antiguos acantilados, en el
fondo de un cañón bañándose en el río. Siempre tres: una madre y sus dos hijas,
el número de crías que tiene una oveja en Islandia tras un proceso de selección
genética secular. Siempre de tres en
tres y nunca en rebaño porque en Islandia las ovejas no tienen predadores y puestas
a escoger prefieren la familia a la vida en comunidad. En septiembre, los ganaderos las llevarán al redil, las marcarán y las clasificarán, y
luego, cada una a su establo para pasar
la larga noche polar, comiendo la hierba enfardada hasta la próxima primavera y
hasta el próximo verano en que los turistas las fotografíen de tres en tres
para llevárselas como un pedacito de su paso por Islandia.
A mis ocho compañeros de viaje.