lunes, 23 de julio de 2018

SUR DE ISLANDIA

Ovejas blancas en grupos de tres desayunan cerca de la carretera,  en las amplias zonas de pasto que se extienden a nuestro paso, entre los  glaciares Vatnajokul y Myrdalsjokul; un poco más adelante, tres ovejas blancas descansan entre las amorosas flores de algodón ártico que se refugian en una pequeña hondonada para que no las sople el viento. Rafa, el guía en prácticas, se baja y escoge una flor para cada uno de los ocho del grupo, él incluido, y las metemos entre las hojas de un libro, como nos sugiere Pablo, el guía oficial, quien nos cuenta lo que aparece aquí y un montón de cosas más.
ovejas entre flores de algodón ártico

Viajamos rumbo sur en la parte final de nuestro trayecto entre Landmanalaugar y el mar, en la jornada que inicia la segunda mitad de nuestro viaje por el sur de Islandia. Atrás quedan los geisser, la impresionante catarata de Gullfoss, los cráteres con sus tierras calcinadas alrededor,  los escenarios irreales de Juego de Tronos y las montañas multicolores del Landmanalaugar, que desprenden azufre por las fumarolas, entre el negro del basalto, los variados marrones de la riolita, el verde de la olivina, y otros tonos que nos son desconocidos al viajero común. La próxima semana, Cristina volverá para realizar el trekking de Laugavegur, que pone nombre a la calle principal de Reikiavik, y que desde Landmanalaugar la llevará en seis jornadas al mar, durmiendo de refugio en refugio en tierra de nadie, entre montañas de lava, glaciares, lagos y volcanes, paisajes reales que parecen de ficción.

catarata de Gulfoss


geysir iniciando la salida















Mientras avanzamos en la furgoneta rumbo sur por las tierras altas, a través de la ventanilla siempre habrá tres ovejas: descansando junto a un poste de luz que sujeta los cables por los que viaja la electricidad barata de Islandia; pastando en las inmediaciones de una granja, entre fardos rosas, negros o amarillos, rulos de plástico que contienen la hierba que será el alimento de las ovejas en invierno; caminando por un bosque de abedules, árboles que en Islandia no crecen más que un arbusto; comiendo la hierba que crece entre lupinas nootkatensis, la leguminosa que llegó de Canadá y que en verano invade con su violeta los campos de Islandia, para desaparecer por completo unos meses más tarde hasta la primavera siguiente; o caminando por un campo de lava, entre montañitas de basalto con forma de queso de tetilla, todo él tapizado de musgo menos el pezón, que asoma desnudo.
fumarolas

Montañas de riolita en Lnadmanalaugar

Al llegar a las proximidades del mar, tres ovejas pastan en el Skeidarsandur que se extiende entre el imponente Vatnajokul y las aguas del océano. El impresionante Skeidarsandur, ha dejado su nombre de sandur a todos los desiertos de morrenas en el mundo, pero esta curiosa formación geológica no puede verse en otro lugar como en Islandia, porque la actividad sísmica hace que el glaciar se derrita con rapidez depositando ingentes cantidades de sedimento que van ganando terreno al mar a pasos agigantados. Y otras tres ovejas descienden por lo que otrora fueron acantilados,  hoy alejados del mar por el sandur y por cuyas roquedas todavía sobrevuelan las  gaviotas quién sabe si buscando el mar en el olor húmedo de la piedra.

A la playa de Vik tres ovejas llegaron quizás despistadas a pisar las piedras de basalto; en sus acantilados los simpáticos frailecillos han construido los nidos y uno no se cansa de mirar los cientos de viajes de ida y vuelta que realizan al mar para surtir de alimento a sus polluelos.
Tal vez la oveja que a la mañana siguiente se acerca curiosa a nuestra ventana es una de las ovejas despistadas de Vik. La guesthouse está tan sólo a unos cientos de metros de la playa y desde la litera de arriba, cuya cabecera está intencionadamente orientada, se ven la marisma y los farallones del mar. Pero no es posible que sea una sola oveja: efectivamente a unos veinte metros están las otras dos. 

Tres ovejas blancas, dos ovejas blancas y una negra, dos ovejas negras y una blanca; y hasta tres ovejas negras; pero siempre ovejas de tres en tres esparcidas por todo el paisaje de Islandia: en el sandur, en los campos de lava, en los pastos, en la marisma, en la playa, al pie del glaciar, en el cráter de un volcán, en las laderas de los antiguos acantilados, en el fondo de un cañón bañándose en el río. Siempre tres: una madre y sus dos hijas, el número de crías que tiene una oveja en Islandia tras un proceso de selección genética  secular. Siempre de tres en tres y nunca en rebaño porque en Islandia las ovejas no tienen predadores y puestas a escoger prefieren la familia a la vida en comunidad. En septiembre,  los ganaderos las llevarán  al redil, las marcarán y las clasificarán, y luego, cada una a su  establo para pasar la larga noche polar, comiendo la hierba enfardada hasta la próxima primavera y hasta el próximo verano en que los turistas las fotografíen de tres en tres para llevárselas como un pedacito de su paso por Islandia.

A mis ocho compañeros de viaje.

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